Don Haskins: el valor de la voluntad
El pasado domingo falleció Don Haskins, técnico de los Miners de Texas Western, que hizo historia al disputar la final de la NCAA en 1966 sólo con jugadores negros. Aitor Pilán nos recuerda la historia de "El Oso", un entrenador ambicioso y con carácter que provocó el mayor terremoto de la historia social del baloncesto.
Don Haskins hizo historia hace 42 años. Con su muerte el pasado domingo, ‘El Oso’ ha pasado a formar parte del libro de la historia del baloncesto. En sus páginas doradas encontraremos la leyenda de un tipo que creyó más en 10 hombres que en sus historias. Le costó cinco temporadas. Llegó a Texas El Paso desde el banquillo del equipo femenino del instituto Hedley y, tras analizar los recursos económicos y deportivos con que contaba la universidad, recorrió el país en busca de jugadores que dieran un alto nivel a su sistema. Convencidos éstos, se los llevó, les colocó una camiseta de los Miners y, contra pronóstico, Texas El Paso se proclamó campeón de la NCAA en el año 1966. ¿Qué hay de especial en esta historia? El entrenador de aquel equipo era Don Haskins, el hombre que se atrevió a desafiar lo establecido y jugar un campeonato con un equipo formado por más negros que blancos. Los Miners de aquella época sufrían vejaciones en todas las pistas y, en la final, contra Kentucky, el entrenador decidió que sólo jugaría con siete hombres. Los siete de color que formaban el equipo. El coraje de aquellos pioneros quedará en la memoria como acicate de la victoria en el partido de baloncesto más importante de la historia.
Empezó su carrera como jugador en los Artesia Travelers, un equipo de la Liga Nacional de Baloncesto Industrial situado en Nuevo Méjico hasta que, cuando Don Haskins tuvo 23 años, el equipo se disolvió por problemas laborales de los trabajadores-jugadores que lo componían y él se vio totalmente desamparado y sin saber en qué ocupar su tiempo. “Nunca había pensado qué hacer”, decía un Haskins ya anciano. La situación le asustó y fue su mujer quien ayudó a forjar al mito con una invitación a hacerse entrenador. Haskins nunca había destacado mucho en la pista, pero tenía su coraje y su capacidad de esfuerzo. No le sería difícil encontrar la motivación en sus jugadores si éstos amaban tanto como él el baloncesto.
Desde Artesia se marcharon los Haskins hasta Benjamín, un pequeño pueblo de 230 habitantes, donde Don entrenó a su primer equipo y lo hizo como si se tratara del equipo del Oklahoma A&M (Universidad de Oklahoma, que antes era conocida como Oklahoma Agricultural & Mechanical College). Su dureza le hizo acreedor de una fama merecida y pronto un instituto de Hedley, Texas, llamó a su puerta. El crecimiento fue increíble para un técnico que acababa de empezar. Pasó de un instituto de un pueblo de 230 habitantes a uno de 400. Entrenaba a niñas, pero no cambió su manera de ver el deporte y su tenacidad convirtió, en los cuatro años que estuvo allí, a sus conjuntos en equipos rudos y de una defensa asfixiante. En un partido que el Instituto Hedley jugó cerca de El Paso uno de los responsables deportivos de la Universidad de Texas Western lo vio en el banquillo comportándose como si se tratara de la final de la NBA y poco después, ésta llamó a su puerta.
“Estábamos encantados de ir a El Paso, él podría entrenar en 1ª División viniendo de un Instituto de chicas. Fue una bendición para nosotros”, asegura Mary Haskins sobre cómo se sintieron como familia cuando Don aceptó el trabajo en la Western. Sin embargo, la familia pasó a un resignado y admirable segundo plano en cuanto Haskins tomó las riendas del equipo. Lo primero que preguntó tras ver las instalaciones fue dónde podía encontrar al periodista que redactaba para el periódico local las noticias de los Miners y, cuando lo supo, se fue a hablar con él.
Ray Sánchez, periodista de El Paso Herald Post desde 1949 hasta 1989, se encargaba de la información de deportes. Un día de 1961, cuenta el periodista, estaba en el despacho cuando vio “aparecer una sombra enorme tapándome la luz que entraba por la puerta hasta que ésta se abrió y apareció ante mí un gigante rubio que me dijo: “Hola, soy Don Haskins, entrenador de los Miners, ¿tomamos una cerveza?”. Un primer encuentro que dejaba muy a las claras que Haskins no improvisó ni una sola vez en su vida.
Desde que llegó a El Paso en 1961 para empezar a entrenar al año siguiente hasta 1978 en los entrenamientos de Don Haskins había varias normas: hacer todo lo que él dijera como él dijera y no parar a beber agua. En la Western, el equipo de baloncesto no tuvo agua en los entrenamientos durante los 17 primeros años de carrera de Don. Y sólo cuando los Miners cambiaron de pabellón, Tim Floyd, su ayudante de entonces, se atrevió a consultarle la posibilidad. “No me gustaba la idea, porque si los entrenamientos son duros, los jugadores agradecen los partidos”, reconocía el propio Haskins, “pero no fue una idea tan mala”. Cosas como aquella le hicieron ganarse el sobrenombre de Oso.
¿Por qué el mote de ‘El Oso’? Él mismo lo contaba. El director de deportes de El Paso Herald Post, Eddie Mullins, era bueno poniendo motes. Uno de los más ilustres fue el de Nate ‘the skate’, refiriéndose a Nate Archibald. Un día le sorprendió con lo de Oso, y reconoce el entrenador que no le gustó nada la ocurrencia. La razón es que siempre gruñía a sus jugadores, siempre les estaba exigiendo más y más. Le gustase o no, era un sobrenombre que le iba magníficamente, y con él entró en el Hall of Fame en 1997.
Don Haskins empezó a entrenar a los Miners de Texas Western –la actual UTEP- en 1962, consiguiendo 14 participaciones en la NCAA, ganó 719 partidos antes de retirarse como un héroe en El Paso en 1999, pero su momento más grande fue cuando, en la temporada 1966 su equipo se proclamó campeón de la NCAA jugando la final sólo con jugadores negros. Enfrente tenía a la poderosa Kentucky de Adolph Rupp –que esa misma temporada fue nombrado entrenador del Siglo- y un jovencísimo Pat Riley ejerciendo de estrella. La temporada no fue fácil, los Miners de El Paso sufrieron centenares de ataques xenófobos. Los jugadores de color, por la sencilla razón de parecer diferentes, y los que no lo eran, por compartir vestuario, equipación y lealtad con quienes los blancos consideraban el temido hombre negro.
Fue un líder, un entrenador tenaz y que ayudó a mantener unidos a cada uno de los jugadores con sus equipos, ayudando a éstos a crecer, como personas y como jugadores. Cuentan algunos de los jugadores que, inesperadamente, ganaron la NCAA en 1966 que, muchas veces, la cantina de la Universidad les llevaban sándwiches al pabellón porque sus entrenamientos duraban tanto que los responsables del establecimiento tenían que cerrar. Togo Railey, uno de aquellos héroes, reconoce que “nos mandaba a hacer pesas hasta después de volver de un viaje a media noche”.
Durante aquella temporada los Miners tuvieron que superar multitud de trabas. Cuando viajaron a jugar contra la Universidad de West Texas State, el público les insultaba y les escupía al banquillo. “Negratas, monos y carbonillas” eran algunas de las lindezas con las que tuvieron que lidiar durante todo aquel difícil año. Otro de los mitos que cayó en aquella temporada fue el que afirmaba, medios de comunicación mediante, que los atletas negros no aguantaban la presión. Don Haskins sabía que tenía que utilizar toda la rabia de sus jugadores para hacerles ser un equipo y llevarlos hasta lo más alto. Creó, a partir de insultos y vejaciones, el sentimiento de equipo más fuerte jamás conocido hasta esa fecha.
Tres años antes de aquella final histórica, no había ni un solo jugador negro en la Conferencia Suroeste y, tan solo tres años después, ya había un equipo en el que todos sus jugadores eran de color. Aquel partido fue el más importante de la historia del baloncesto. Al desafiar Haskins todas las leyes no escritas, todos los demás entrenadores tuvieran vía libre para poner en la pista a jugadores negros.
No fue un cruzado, sólo quería ganar partidos y, para ello, puso en la pista a los que mejor se ajustaban a las necesidades de su sistema. No provocó el mayor terremoto de la historia social del baloncesto de manera premeditada, del Instituto Hedley saltó a la Universidad de El Paso y conocía de sobra los limitados recursos que ésta le ofrecía. Pero tenía una cosa a su favor, era un hombre que encajaba perfectamente con el ambiente: los cactus, las serpientes, los coyotes, las botas de vaquero… Él era así, duro, áspero. No había término medio para Don Haskins, y quizá por eso ha tenido éxito y el pabellón donde juega ahora la UTEP se llama Don Haskins Center.
Al día siguiente de ganar a Kentucky por 72-65, los jugadores de El Paso cogieron un avión de American Airlines muy temprano. Cuando llegaron, se encontraron con 10 kilómetros de gente aplaudiéndoles. Desde el aeropuerto Montana hasta el centro de la ciudad pero, lamentablemente, Eddie Mullins, Director de la sección de deportes de El Paso Herald Post, reconoce que durante los días previos a la final, le llegaron muchas cartas que insultaban y amenazaban a él mismo y al equipo de los Miners con frases como “pudríos si ganáis y pudríos también si no ganáis”. Incluso hubo alguna de algún líder negro, al que Haskins y él han mantenido en el anonimato hasta hoy, que llegó a afirmar que ‘El Oso’ era un explotador. La realidad fue que un entrenador ambicioso y con ganas de jugar un baloncesto se sirvió de unos chicos que jugaban al baloncesto. Él mismo lo aclaraba: “Me preguntan a veces si jugué aquella final sólo con jugadores negros a propósito, y siempre contesto lo mismo: jugué con mis mejores jugadores”.
El equipo
24.- Willie Worsley, base, 1’82 m. Demasiado competitivo, se dice de él que hacía mates porque alguien le había dicho que era demasiado bajito para hacerlos. Anotó ocho puntos y capturó cuatro rebotes en la final del 66. Actualmente entrena al Instituto Spring Valley de Nueva York
14.- Bobby Joe Hill, escolta, 1’90 m. Era el alma del equipo, dominaba el balón y podía anotar y asistir y, además, era el gracioso del grupo. Anotó 20 puntos y robó dos balones que no dejaron opción a Kentuky. Murió a los 59 años por un ataque al corazón siendo directivo de una empresa local Gas en El Paso.
21.- Jerry Armstrong, escolta, 1’82 m. No jugó la final por ser blanco. Rocoso y duro que intimidaba hasta a sus propios compañeros por sus cualidades físicas. Entrenó a institutos de Missouri durante 21 años antes de retirarse en 1996.
42.- David Lattin, pívot, 2 metros. Era alto, era fuerte y tenía una mirada que asustaba. Anotó 16 puntos y cogió 9 rebotes en la final del 66. Acaba de escribir un libro que se puede adquirir en su web.
11.- Willie Cager, base, 1’80 m. Positivo, siempre sabía qué decir y qué hacer cuando iban perdiendo. Su contribución en la final fueron ocho puntos y seis rebotes. Trabajó en la educación de los jóvenes de El Paso.
32.- Nevil Shed, pívot, 2’04 m. Era el experto defensor en la zona de Haskins y, además, era el líder espiritual del equipo y lo mantenía unido. Actualmente trabaja en la Universidad de Texas-San Antonio como entrenador.
23.- Orsten Artis, escolta, 1,83 m. Era un anotador que tiraba mucho mejor bajo presión y nunca perdía los nervios. Tras una larga carrera como detective en Gary, Indiana, se retiró.
44.- Harry Flournoy, pívot, 2,00 m. Era el reboteador del equipo, se hacía con todos los balones. En la final del 66 sólo pudo jugar dos minutos por un esguince de tobillo. Trabaja en la base de Bimbo en Los Angeles.
22.- Louis Baudoin, alero, 1,92 m. Se dice de él que podía anotar 20 puntos por partido, pero que entendió el rol que Haskins le había reservado. No jugó en la final por ser blanco. Adora hacer esculturas y se retiró en el 2000 tras 33 años como profesor y entrenador en la Academia Alburquerque.
15.- David Palacio, alero, 1,89 m. Tenía mucha disciplina consigo mismo y era muy exigente. Tenía calidad y era muy trabajador. No jugó en la final por ser blanco. Actualmente trabaja como directivo de una discográfica.
31.- Dick Myers, pívot, 1’97 m. Era el azote de sus compañeros negros, los espoleaba y ayudaba al entrenador a ponerlos al límite. Actualmente vive en Nueva Jersey como directivo de una empresa de baloncesto.
25.- Togo Railey, alero, 1’86 m. Un buen chico que ayudaba al entrenador. Cuando se graduó entró a formar parte del equipo de ayudantes de Haskins. Actualmente vive en El Paso. No jugó la final por ser blanco.
Aitor Pilán de Miguel
Redactor independiente
www.acb.com
Don Haskins hizo historia hace 42 años. Con su muerte el pasado domingo, ‘El Oso’ ha pasado a formar parte del libro de la historia del baloncesto. En sus páginas doradas encontraremos la leyenda de un tipo que creyó más en 10 hombres que en sus historias. Le costó cinco temporadas. Llegó a Texas El Paso desde el banquillo del equipo femenino del instituto Hedley y, tras analizar los recursos económicos y deportivos con que contaba la universidad, recorrió el país en busca de jugadores que dieran un alto nivel a su sistema. Convencidos éstos, se los llevó, les colocó una camiseta de los Miners y, contra pronóstico, Texas El Paso se proclamó campeón de la NCAA en el año 1966. ¿Qué hay de especial en esta historia? El entrenador de aquel equipo era Don Haskins, el hombre que se atrevió a desafiar lo establecido y jugar un campeonato con un equipo formado por más negros que blancos. Los Miners de aquella época sufrían vejaciones en todas las pistas y, en la final, contra Kentucky, el entrenador decidió que sólo jugaría con siete hombres. Los siete de color que formaban el equipo. El coraje de aquellos pioneros quedará en la memoria como acicate de la victoria en el partido de baloncesto más importante de la historia.
Empezó su carrera como jugador en los Artesia Travelers, un equipo de la Liga Nacional de Baloncesto Industrial situado en Nuevo Méjico hasta que, cuando Don Haskins tuvo 23 años, el equipo se disolvió por problemas laborales de los trabajadores-jugadores que lo componían y él se vio totalmente desamparado y sin saber en qué ocupar su tiempo. “Nunca había pensado qué hacer”, decía un Haskins ya anciano. La situación le asustó y fue su mujer quien ayudó a forjar al mito con una invitación a hacerse entrenador. Haskins nunca había destacado mucho en la pista, pero tenía su coraje y su capacidad de esfuerzo. No le sería difícil encontrar la motivación en sus jugadores si éstos amaban tanto como él el baloncesto.
Desde Artesia se marcharon los Haskins hasta Benjamín, un pequeño pueblo de 230 habitantes, donde Don entrenó a su primer equipo y lo hizo como si se tratara del equipo del Oklahoma A&M (Universidad de Oklahoma, que antes era conocida como Oklahoma Agricultural & Mechanical College). Su dureza le hizo acreedor de una fama merecida y pronto un instituto de Hedley, Texas, llamó a su puerta. El crecimiento fue increíble para un técnico que acababa de empezar. Pasó de un instituto de un pueblo de 230 habitantes a uno de 400. Entrenaba a niñas, pero no cambió su manera de ver el deporte y su tenacidad convirtió, en los cuatro años que estuvo allí, a sus conjuntos en equipos rudos y de una defensa asfixiante. En un partido que el Instituto Hedley jugó cerca de El Paso uno de los responsables deportivos de la Universidad de Texas Western lo vio en el banquillo comportándose como si se tratara de la final de la NBA y poco después, ésta llamó a su puerta.
“Estábamos encantados de ir a El Paso, él podría entrenar en 1ª División viniendo de un Instituto de chicas. Fue una bendición para nosotros”, asegura Mary Haskins sobre cómo se sintieron como familia cuando Don aceptó el trabajo en la Western. Sin embargo, la familia pasó a un resignado y admirable segundo plano en cuanto Haskins tomó las riendas del equipo. Lo primero que preguntó tras ver las instalaciones fue dónde podía encontrar al periodista que redactaba para el periódico local las noticias de los Miners y, cuando lo supo, se fue a hablar con él.
Ray Sánchez, periodista de El Paso Herald Post desde 1949 hasta 1989, se encargaba de la información de deportes. Un día de 1961, cuenta el periodista, estaba en el despacho cuando vio “aparecer una sombra enorme tapándome la luz que entraba por la puerta hasta que ésta se abrió y apareció ante mí un gigante rubio que me dijo: “Hola, soy Don Haskins, entrenador de los Miners, ¿tomamos una cerveza?”. Un primer encuentro que dejaba muy a las claras que Haskins no improvisó ni una sola vez en su vida.
Desde que llegó a El Paso en 1961 para empezar a entrenar al año siguiente hasta 1978 en los entrenamientos de Don Haskins había varias normas: hacer todo lo que él dijera como él dijera y no parar a beber agua. En la Western, el equipo de baloncesto no tuvo agua en los entrenamientos durante los 17 primeros años de carrera de Don. Y sólo cuando los Miners cambiaron de pabellón, Tim Floyd, su ayudante de entonces, se atrevió a consultarle la posibilidad. “No me gustaba la idea, porque si los entrenamientos son duros, los jugadores agradecen los partidos”, reconocía el propio Haskins, “pero no fue una idea tan mala”. Cosas como aquella le hicieron ganarse el sobrenombre de Oso.
¿Por qué el mote de ‘El Oso’? Él mismo lo contaba. El director de deportes de El Paso Herald Post, Eddie Mullins, era bueno poniendo motes. Uno de los más ilustres fue el de Nate ‘the skate’, refiriéndose a Nate Archibald. Un día le sorprendió con lo de Oso, y reconoce el entrenador que no le gustó nada la ocurrencia. La razón es que siempre gruñía a sus jugadores, siempre les estaba exigiendo más y más. Le gustase o no, era un sobrenombre que le iba magníficamente, y con él entró en el Hall of Fame en 1997.
Don Haskins empezó a entrenar a los Miners de Texas Western –la actual UTEP- en 1962, consiguiendo 14 participaciones en la NCAA, ganó 719 partidos antes de retirarse como un héroe en El Paso en 1999, pero su momento más grande fue cuando, en la temporada 1966 su equipo se proclamó campeón de la NCAA jugando la final sólo con jugadores negros. Enfrente tenía a la poderosa Kentucky de Adolph Rupp –que esa misma temporada fue nombrado entrenador del Siglo- y un jovencísimo Pat Riley ejerciendo de estrella. La temporada no fue fácil, los Miners de El Paso sufrieron centenares de ataques xenófobos. Los jugadores de color, por la sencilla razón de parecer diferentes, y los que no lo eran, por compartir vestuario, equipación y lealtad con quienes los blancos consideraban el temido hombre negro.
Fue un líder, un entrenador tenaz y que ayudó a mantener unidos a cada uno de los jugadores con sus equipos, ayudando a éstos a crecer, como personas y como jugadores. Cuentan algunos de los jugadores que, inesperadamente, ganaron la NCAA en 1966 que, muchas veces, la cantina de la Universidad les llevaban sándwiches al pabellón porque sus entrenamientos duraban tanto que los responsables del establecimiento tenían que cerrar. Togo Railey, uno de aquellos héroes, reconoce que “nos mandaba a hacer pesas hasta después de volver de un viaje a media noche”.
Durante aquella temporada los Miners tuvieron que superar multitud de trabas. Cuando viajaron a jugar contra la Universidad de West Texas State, el público les insultaba y les escupía al banquillo. “Negratas, monos y carbonillas” eran algunas de las lindezas con las que tuvieron que lidiar durante todo aquel difícil año. Otro de los mitos que cayó en aquella temporada fue el que afirmaba, medios de comunicación mediante, que los atletas negros no aguantaban la presión. Don Haskins sabía que tenía que utilizar toda la rabia de sus jugadores para hacerles ser un equipo y llevarlos hasta lo más alto. Creó, a partir de insultos y vejaciones, el sentimiento de equipo más fuerte jamás conocido hasta esa fecha.
Tres años antes de aquella final histórica, no había ni un solo jugador negro en la Conferencia Suroeste y, tan solo tres años después, ya había un equipo en el que todos sus jugadores eran de color. Aquel partido fue el más importante de la historia del baloncesto. Al desafiar Haskins todas las leyes no escritas, todos los demás entrenadores tuvieran vía libre para poner en la pista a jugadores negros.
No fue un cruzado, sólo quería ganar partidos y, para ello, puso en la pista a los que mejor se ajustaban a las necesidades de su sistema. No provocó el mayor terremoto de la historia social del baloncesto de manera premeditada, del Instituto Hedley saltó a la Universidad de El Paso y conocía de sobra los limitados recursos que ésta le ofrecía. Pero tenía una cosa a su favor, era un hombre que encajaba perfectamente con el ambiente: los cactus, las serpientes, los coyotes, las botas de vaquero… Él era así, duro, áspero. No había término medio para Don Haskins, y quizá por eso ha tenido éxito y el pabellón donde juega ahora la UTEP se llama Don Haskins Center.
Al día siguiente de ganar a Kentucky por 72-65, los jugadores de El Paso cogieron un avión de American Airlines muy temprano. Cuando llegaron, se encontraron con 10 kilómetros de gente aplaudiéndoles. Desde el aeropuerto Montana hasta el centro de la ciudad pero, lamentablemente, Eddie Mullins, Director de la sección de deportes de El Paso Herald Post, reconoce que durante los días previos a la final, le llegaron muchas cartas que insultaban y amenazaban a él mismo y al equipo de los Miners con frases como “pudríos si ganáis y pudríos también si no ganáis”. Incluso hubo alguna de algún líder negro, al que Haskins y él han mantenido en el anonimato hasta hoy, que llegó a afirmar que ‘El Oso’ era un explotador. La realidad fue que un entrenador ambicioso y con ganas de jugar un baloncesto se sirvió de unos chicos que jugaban al baloncesto. Él mismo lo aclaraba: “Me preguntan a veces si jugué aquella final sólo con jugadores negros a propósito, y siempre contesto lo mismo: jugué con mis mejores jugadores”.
El equipo
24.- Willie Worsley, base, 1’82 m. Demasiado competitivo, se dice de él que hacía mates porque alguien le había dicho que era demasiado bajito para hacerlos. Anotó ocho puntos y capturó cuatro rebotes en la final del 66. Actualmente entrena al Instituto Spring Valley de Nueva York
14.- Bobby Joe Hill, escolta, 1’90 m. Era el alma del equipo, dominaba el balón y podía anotar y asistir y, además, era el gracioso del grupo. Anotó 20 puntos y robó dos balones que no dejaron opción a Kentuky. Murió a los 59 años por un ataque al corazón siendo directivo de una empresa local Gas en El Paso.
21.- Jerry Armstrong, escolta, 1’82 m. No jugó la final por ser blanco. Rocoso y duro que intimidaba hasta a sus propios compañeros por sus cualidades físicas. Entrenó a institutos de Missouri durante 21 años antes de retirarse en 1996.
42.- David Lattin, pívot, 2 metros. Era alto, era fuerte y tenía una mirada que asustaba. Anotó 16 puntos y cogió 9 rebotes en la final del 66. Acaba de escribir un libro que se puede adquirir en su web.
11.- Willie Cager, base, 1’80 m. Positivo, siempre sabía qué decir y qué hacer cuando iban perdiendo. Su contribución en la final fueron ocho puntos y seis rebotes. Trabajó en la educación de los jóvenes de El Paso.
32.- Nevil Shed, pívot, 2’04 m. Era el experto defensor en la zona de Haskins y, además, era el líder espiritual del equipo y lo mantenía unido. Actualmente trabaja en la Universidad de Texas-San Antonio como entrenador.
23.- Orsten Artis, escolta, 1,83 m. Era un anotador que tiraba mucho mejor bajo presión y nunca perdía los nervios. Tras una larga carrera como detective en Gary, Indiana, se retiró.
44.- Harry Flournoy, pívot, 2,00 m. Era el reboteador del equipo, se hacía con todos los balones. En la final del 66 sólo pudo jugar dos minutos por un esguince de tobillo. Trabaja en la base de Bimbo en Los Angeles.
22.- Louis Baudoin, alero, 1,92 m. Se dice de él que podía anotar 20 puntos por partido, pero que entendió el rol que Haskins le había reservado. No jugó en la final por ser blanco. Adora hacer esculturas y se retiró en el 2000 tras 33 años como profesor y entrenador en la Academia Alburquerque.
15.- David Palacio, alero, 1,89 m. Tenía mucha disciplina consigo mismo y era muy exigente. Tenía calidad y era muy trabajador. No jugó en la final por ser blanco. Actualmente trabaja como directivo de una discográfica.
31.- Dick Myers, pívot, 1’97 m. Era el azote de sus compañeros negros, los espoleaba y ayudaba al entrenador a ponerlos al límite. Actualmente vive en Nueva Jersey como directivo de una empresa de baloncesto.
25.- Togo Railey, alero, 1’86 m. Un buen chico que ayudaba al entrenador. Cuando se graduó entró a formar parte del equipo de ayudantes de Haskins. Actualmente vive en El Paso. No jugó la final por ser blanco.
Aitor Pilán de Miguel
Redactor independiente
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