BASQUETBOL NACIONAL E INTERNACIONAL

Nelson Quiroz-Rojas PERIODISTA: Canal Quintavision y Radio Valparaiso

viernes, septiembre 05, 2008

Gheorghe Muresan: A centímetros de la gloria (y II)

Su salto a la NBA convirtió a Gheorghe Muresan en el jugador más alto en la historia de la competición norteamericana. Se hizo un nombre entre los grandes pívots de la época, pero sus achaques físicos de todo tipo provocaron su retirada. Daniel Barranquero relata el final de la trayectoria de un hombre querido y admirado allá por donde pasa.

Washington sería testigo de primera mano de las peripecias de Muresan en la NBA. Cruzar el charco no le liberó de esa aureola de extrañeza y sorpresa que él llevaba consigo por su infinita altura. Si en Rumanía había tardado años en acostumbrar a los suyos a sus dimensiones y en Francia tuvo que ser protegido para no ser tratado como un bicho raro, en Estados Unidos debería nuevamente habituarse a ser el centro de atención desde su llegada.

Aterrizaba en la NBA, aquella competición cuya existencia ignoró hasta los 17 años, edad en la que unas fotos de las estrellas de la época despertaron la curiosidad de Gheorghe. Mas los cromos tomaban forma y Muresan se las vería cara a cara con ellos tras el periodo estival. Centenares de jugadores habían pasado por la mejor liga del mundo aunque ninguno estaba tan próximo a las nubes como el gigante rumano. Sus dos metros y treinta y un centímetros le convertían, por delante de Manute Bol -al que superaba por milímetros-, en el jugador más alto en pisar una cancha de la NBA en toda la historia de la competición. Guita asumió con naturalidad esa circunstancia, tanto que su dorsal elegido (número 77), reflejaba su altura en pies y pulgadas.

Su primera temporada fue de adaptación. A pesar de salir sólo dos veces como titular, sus doce minutos de media hacían intuir que, con un poco más de experiencia, el rumano tenía mucho que decir en la NBA. Sus 5,6 puntos y 3,6 rebotes por partido no eran nada de otro mundo, aunque su presencia en la zona y la intimidación de sus interminables brazos ponían en aprietos a más de uno. La 94-95 fue una campaña bastante más productiva para Muresan, que, firmando 10 puntos y 6,7 rebotes por choque, conseguía que por fin se hablase más de él por su rendimiento que por su físico. No obstante, el mejor año en la vida profesional de Gheorghe estaba aún por llegar.

En 1995 ya se sentía totalmente adaptado a su nueva vida. No necesitaba traductor y encajaba a la perfección en un equipo que contaba con jóvenes como Chris Webber, Juwan Howard y Rasheed Wallace que lo respetaban y admiraban. “Es un buen chico, no le importa que le hagan bromas porque él es el primero que se ríe de sí mismo”, declaraba el emergente Webber. Muresan tenía 24 años y estaba en su plenitud. Su lentitud era crónica aunque su destreza era mayor, puliendo sus fallos de descoordinación. Adelgazó sin perder por ello presencia o capacidad de intimidación.

El de Transilvania estaba dispuesto a comerse el mundo y ni la huelga en la NBA (lockout de la 95-96) logró frenar tal ímpetu. Con hambre de básquet, aprovechó los meses de parón para irse a jugar a Europa. Agradecido al Pau Orthez por servirle de trampolín, Gheorghe no dudó en aceptar el ofrecimiento francés. Se puso la camiseta con la que llamó la atención de media Europa y, en sólo ocho partidos, se convirtió en una pieza clave del equipo. Para el recuerdo queda el Olimpia Ljubljana-Pau Orthez, en el que había en juego una ansiada plaza para la fase final de la Copa de Europa. Los aficionados eslovenos centraron sus pitidos en el gigante rumano pero Ghita no se intimidó. Con una actuación portentosa, aderezada con un postrero coast-to-coast culminado en mate, convirtió los silbidos en aplausos y metió a los franceses en la siguiente ronda. Objetivo cumplido.

El lockout concluyó y, por tanto, el espectáculo volvía a los pabellones de la NBA. Con él, la consolidación de un Muresan más soberbio que nunca. Titular indiscutible, sus duelos con Sabonis o Swing resultaban excelsos. Capaz de sacar de quicio al mismísimo Shaquille O’Neal, el rumano hacía valer sus centímetros para crear el pánico en la pintura. “Defenderle en el poste bajo es como chocar con una pared, su espalda es gigante”, declaraba el pívot de los Bucks Marty Conlon. Un punto de vista que muchos otros jugadores interiores compartían.

El pequeño gran Gheorghe, que una década antes no conocía ni el tacto de un balón de baloncesto, se ganaba por méritos propios el galardón al Most Improved Placer (Jugador más mejorado), merced a sus 14,5 puntos y 9,6 rebotes por partido. Además, lideró la competición en porcentaje de tiros de campo y su fama iba más allá de sus impresionantes números. Muresan era sinónimo de carisma, de sintonía con el aficionado. “La persona que soy se ha ido construyendo en la mirada de los demás”. Gheorghe aceptaba con naturalidad su rol de protagonista en todos los ámbitos de su vida y se convertía en un ejemplo dentro y fuera de las canchas por su filosofía modélica.

El principio del fin, una retirada agónica

La campaña 96-97 no fue tan productiva. Si bien por segundo año consecutivo fue el jugador con mejor porcentaje de tiro (superando la mítica barrera del 60%), la actuación del rumano no cumplió las expectativas generadas. Sus primeros problemas físicos y la destitución del técnico Jim Lynam, gran valedor de Muresan, influyeron en su temporada y sus números se resintieron: 10,6 puntos y 6,6 rebotes por encuentro. No obstante, si el de Transilvania hubiera adivinado la vorágine de infortunio que se le avecinaba, hubiese firmado tener campañas como ésta durante el resto de su trayectoria. Con tinta… o sangre si hiciera falta.

El año siguiente lo pasó en blanco. El tendón de su tobillo derecho dijo basta y, con sólo 26 años, Gheorghe comenzaba el principio del fin. Un final largo y agónico, en unos años llenos de lesiones, de mala suerte, de dolores físicos y de incertidumbre. En la 98-99 Muresan firmó por los Nets, con los que sólo pudo jugar el último minuto de la temporada por sus problemas de espalda. La temporada siguiente estuvo nuevamente marcada por los achaques de toda índole en el gigante rumano, que había perdido facultades. Guita estaba más lento que nunca y hasta sufría para ir de un lado a otro de la cancha. Su consuelo fue poder despedirse de su particular sueño americano con esporádicas presencias en una treintena de encuentros, en los que promedió 3,5 puntos y 2,3 rebotes.

Guita vivió en este trienio la otra cara del baloncesto. El mismo deporte que había convertido su enfermedad en herramienta para el éxito parecía volverle la espalda. Ese básquet que encumbró al tímido pívot parecía ponerle ahora obstáculos en el camino. Con sus lesiones, arreciaron las críticas y las burlas. Algunos pensaban que las constantes apariciones del rumano en anuncios, programas televisivos e incluso pantallas de cine (protagonizó junto a Billy Cristal la película “My Giant”) no eran la mejor forma de recuperarse de sus lesiones. Otros, como Charles Barkley, aprovechaban el mal estado físico de Gheorghe en sus últimos coletazos como jugador NBA para mofarse de él. “Los tres grandes misterios del Siglo XX son el caso Lindbergh, quién mató a JFK y quién ganaría una carrera entre Serge Zwidder y Gheorghe Muresan”.

Muresan barajó la retirada tras no convencer a los técnicos de Utah Jazz y Dallas Mavericks en las ligas de verano, aunque aún tuvo motivación para iniciar en la campaña 2000-2001, su tercera aventura en Pau. La torre transilvana no se había dejado ningún centímetro por el camino, pero su renqueante físico provocaba que ya no pareciera aquel joven que había enamorado a principio de los 90. No obstante, firmó unos dignos 11,7 puntos y 5,3 rebotes por choque en la Suproliga, en un equipo en el que coincidió con Roger Esteller, el joven Boris Diaw y los prometedores hermanos Pietrus.

Gheorghe quiso igualmente despedirse de su selección, en la que aún seguía cosechando encuentros de mérito. El último de ellos, en el que 24 puntos y 13 rebotes llevaron su sello, sirvió para clasificar a Rumanía a la siguiente fase del Preeuropeo. Sonaba a broche de oro ideal a su trayectoria mas al bueno de Ghita le restaron ganas, tras 17 meses de inactividad, de volver de su retiro de Nueva Jersey, enfundarse la elástica amarilla de su país y anotar una decena de puntos frente a España en 2003, su última aparición en la escena internacional.

Tocaba hacer balance tras la retirada, traumática para el rumano. “Fue una decisión muy dura, tenía la vida más bonita del mundo hasta que me tuve que retirar. Me hubiera gustado jugar más porque era mi sueño pero no podía. Me dolía la espalda, la rodilla, las piernas. No podía hacerlo bien en la pista pero lo intenté”. Muresan se entregó a su vida familiar, se involucró en un proyecto para la formación de jugadores y aceptó el cargo de embajador de Washington en la NBA.

Matt Williams, subdirector de comunicaciones de los Wizards, tenía claro que el rumano era el hombre ideal para el puesto. “Es el ídolo de los aficionados, la gente reconoce lo bueno que es y el gran trabajo que hace. Él no es egoísta, habla con todo el mundo, bromea constantemente y es un enamorado de la vida”. Excepto experiencias eventuales (fue temporalmente seleccionador rumano y vistió la camiseta de los Maryland Nighthawks de la ABA), ésta es la única relación que Guita mantiene hoy por hoy con el mundo del básquet.

Ver el aro más cercano que cualquiera de sus rivales ya no le sirve para ganarse la vida como jugador de baloncesto. Su altura, fuera de los focos mediáticos, le continúa convirtiendo en el centro de atención allá por donde pase, algo que le ocurrirá hasta el último día de su vida. “Yo siempre he vivido así, no sé cómo sería si todo fuese distinto. Cuando me preguntan cómo se está midiendo 2,31, yo pregunto qué se siente al medir 1,80”.

Víctima del gigantismo, una enfermedad de la que aún falta mucho por conocer, Muresan toma medicación periódicamente y se inyecta cada día para controlar la hormona de crecimiento. En el caso contrario, su esperanza de vida podría ser hasta diez años menor y su salud se vería muy afectada. “No siento que sea un enfermo, estoy bien de salud. Los doctores dicen que es una forma de cuidarme a mí mismo, no pillar sobrepeso y poder vivir hasta mayor edad”.

Simbólica la vida de George. Un especialista médico le descubrió para el básquet y el básquet le sirvió a su vez para controlar su enfermedad y así salir adelante. El gigante de la sonrisa perenne luchó, con y sin balón, para dejar de ser un bicho raro y el centro de las burlas de todos. Sus años de lesiones, que convirtieron en agónica una retirada que prácticamente duró más que sus años dorados, no pueden empañar el buen recuerdo que dejó Muresan, que se quedó, valga la paradoja, a centímetros de la gloria. Héroe en Rumanía, ídolo en Francia, respetado y querido en Estados Unidos. El carisma no entiende de centímetros.

Daniel Barranquero
Redactor independiente

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