BASQUETBOL NACIONAL E INTERNACIONAL

Nelson Quiroz-Rojas PERIODISTA: Canal Quintavision y Radio Valparaiso

martes, septiembre 02, 2008

Gheorghe Muresan: A centímetros de la gloria (I)

Gheorghe Muresan fue uno de los jugadores más carismáticos de la década de los 90. Su altura, un problema en su niñez, le abrió las puertas del básquet y le convirtió en una promesa emergente. En esta primera entrega, Daniel Barranquero nos acerca la figura de este tímido adolescente que pasó de su Rumanía natal a Francia y de allí, al sueño de la NBA.

Gheorghe tenía un problema. No había salido casi nunca de Triteni, un pequeño pueblo de Rumanía, pero aquella vez necesitaba desplazarse a la vecina Cluj-Napoca, en el corazón de Transilvania. Ghita –“El pequeño Gheorghe”-, como paradójicamente se le llamaba, visitó a un especialista médico para tratar su dolor.

La visita del adolescente de quince años impactó al doctor. No todos los días se ve un 2,07 en tu consulta. Menos aún con esa edad. El especialista le preguntó a Ghita dónde jugaba. “¿Jugar a qué?” La respuesta del tímido Muresan no era la esperada. Si ya de por sí era poco común ver a un chico con semejantes características físicas, más difícil parecía que éste coincidiera con un amante del baloncesto en la Rumanía profunda. Dichosa alineación de planetas. Lo cierto es que el doctor, a su vez, hacía las veces de árbitro en sus ratos libres. No tardó en descolgar el teléfono para llamar a su amigo, entrenador de la Universidad de Cluj-Napona: “Ni te imaginas lo que acabo de ver”.

Corría el año 86. En realidad su historia de cuento de hadas tenía origen en los inicios de la década anterior. Un 14 de febrero de 1971 nacía, en el seno de una humilde y pobre familia, Gheorghe Muresan. Si alguien les hubiera comentado a sus progenitores que ese bebé llegaría a la NBA, probablemente éstos lo hubieran tomado por loco. Mas el verdadero capricho del destino sería el hecho de que los padres del jugador más alto de la historia en la liga norteamericana, no llegaran al metro ochenta.

Las exageradas proporciones de Muresan no eran fruto de la herencia genética sino de una disfunción en la glándula pituitaria, lo que le provocó un crecimiento incontrolado. El tumor fue descubierto en su adolescencia pero, al no haber en la región ningún especialista que pudiera extraérselo, el joven rumano se resignó a aceptarse a sí mismo y a esperar pacientemente algún tipo de solución.

Ciertamente, Gheorghe se tomó con filosofía su enfermedad de gigantismo y la transformó, por paradójico que resulte, en una virtud. La herramienta perfecta para triunfar, por muy duro que resultara el camino hacia el éxito. Ya en Cluj-Napoca, donde había expectación por ver si se podían explotar sus condiciones para el básquet, Muresan no debutó con buen pie. “En mi primer equipo yo era el peor de todos”. Sumaba más errores que puntos y la adaptación no fue fácil. “Estaba en mala forma pero a mí me gustaba jugar y me esforzaba mucho. Sentía haber nacido para este deporte”.

En juego, su orgullo y el de su propia familia. “Entrenaba a todas horas porque no quería que mis padres se sintieran avergonzados por mí. No quería ser profesional, lo único que deseaba era ganar encuentros con mi equipo”. En los años posteriores, Muresan continuó su crecimiento en todas sus vertientes. Era más maduro, prometía como jugador de baloncesto y su cuerpo parecía no tener techo. Todo ello le condujo al equipo más importante de la ciudad, aquel en el que su vida daría un giro.

El disciplinado pívot daba pasos de gigante, nunca mejor dicho, en algo que comenzaba a dejar de ser un hobby para convertirse en un proyecto de futuro. Las actuaciones de Muresan con la Universidad de Cluj-Napoca no pasaron desapercibidas para la Federación Rumana de Baloncesto, que convocó con celeridad al pívot para su selección junior, ávida de jugadores de nivel. Con ella, Gheorghe viajó hasta Edmonton para disputar el Campeonato del Mundo de la categoría. Canadá, ahí era nada para el de Triteni.

Muresan, que hacía poco más de un lustro no sabía ni botar una pelota, salía de su Rumanía natal para defender a su país. Y de qué forma. En ese Mundial Junior de 1991, Rumanía consiguió un histórico quinto puesto, justo por delante de España. Gheorghe, además, fue incluido en el quinteto ideal después de ser el segundo máximo anotador (23,4 puntos) y mejor reboteador (11,4) del torneo. Menuda carta de presentación a nivel internacional.

Su evolución le llevó inevitablemente a la selección absoluta de su país. Pese a que el equipo nacional rumano era débil, Guita no se amilanó, logrando actuaciones portentosas (por encima de los cuarenta puntos), que le convertían, a su corta edad, en uno de los deportistas más reconocidos en su tierra. No obstante, el rumano aún debía dar el paso definitivo, aquel que separa a las promesas de las realidades. Como si de un guión de película se tratase, el partido que cambiaría su vida no tardaría en llegar.

Viaje de ida y vuelta a Pau

Octubre de 1991. Segunda ronda en la extinta Recopa de Europa. A priori, un partido más para el Pau Orthez, que no veía al Cluj-Napoca como un rival que pudiera crearle excesivo peligro. Sin embargo en el partido de ida en tierras transilvanas, algo grandioso iba a suceder. En aquella noche de otoño, el gigante de Triteni dejó atrás su infancia definitivamente. Adiós a las burlas crueles acerca de su enfermedad, adiós a sus comienzos erráticos en el mundo de la canasta. El “pequeño Gheorghe” se convirtió en el gigantón Muresan. Canasta tras canasta, el pívot dejó atónitos a los jugadores franceses.

La táctica del cuadro rumano era simple: balones a Muresan. Éste transformaba en puntos su superioridad manifiesta antes sus rivales o aprovechaba su excelente lectura de juego para pasar a los exteriores en posición franca de tiro. En defensa, el interior del Cluj-Napoca era una pesadilla para los de Pau. Punteaba cualquier balón, haciendo corregir el tiro de sus oponentes en múltiples ocasiones. La exhibición de Gheorghe se vio reflejada en el luminoso, que señalaba una victoria aplastante del cuadro local por 22 puntos al descanso.

Sólo una reacción a la heroica del cuadro galo dejó abierta la eliminatoria (107-101), pero el verdadero protagonista del duelo tenía nombres y apellidos: Gheorghe Muresan. Imparable, mariscal, apabullante. El protagonista, mientras recibía extasiado los abrazos y felicitaciones de sus compañeros, aún no era consciente de que sus 39 puntos logrados marcarían totalmente su futuro.

Una semana después, se disputaba el encuentro de vuelta en tierras francesas. El Pau Orthez había preparado el choque a conciencia, con la intención de encontrar la fórmula para parar a Muresan. Sin embargo, el rumano volvió a estar inconmensurable y sólo su quinta personal en los últimos minutos del choque (cuando su equipo aguantaba aún la renta de la ida), despertó en forma de derrota a los chicos de Cluj-Napoca de su sueño europeo: 100-89.

No por tópico es menos cierto que, en ocasiones, una derrota épica engrandece y dignifica más que una propia victoria. Si bien la Universidad de Cluj-Napoca sólo podía consolarse con el recuerdo de que una vez tutearon a un clásico del básquet europeo, la imagen del transilvano salió muy reforzada de aquel cruce de Recopa. Pierre Seillant, presidente del Pau Orthez, tuvo claro desde el mismo bocinazo final en quién basar el próximo proyecto de su equipo: Gheorghe Muresan.

Al verano siguiente, la escuadra francesa tuvo que competir con el Messaggero de Roma por su contratación, aunque finalmente Muresan se decidió por el club de Pau. Al fin y al cabo, era el que más le sonaba tras su enfrentamiento en la campaña anterior. En Francia, se abría un abanico de posibilidades para el rumano, tanto a nivel personal como profesional. Por fin pudieron extirparle su tumor en la glándula pituitaria, la barrera del idioma la solventó con clases intensivas de francés y su adaptación a un conjunto de mayor nivel fue más rápida de lo imaginado.

Se le protegió enormemente desde el propio club, que intentaba librar al rumano del morbo que despertaban sus proporciones. Seillant, incluso, le prohibió conceder entrevistas para evitar el carácter circense que éstas tenían. Muresan era tan bueno como ingenuo y se podían aprovechar de él, con el riesgo de ser tratado como un monstruo o un animal de feria.

Además de madurar en el plano personal, en Pau aprendió a competir con mayores exigencias, descubriendo la riqueza táctica de este deporte en un equipo que no se limitaba al constante “balones-a-Gheorghe” de los años anteriores. Asimismo, el contraste fue profundo a nivel físico. Por primera vez en su carrera trabajó con pesas, para mejorar su musculación y su forma física. Todo ello, unido a sus enormes ganas de aprender y mejorar día a día, convertían a Muresan en una indiscutible estrella emergente.

Con sólo 22 años, a pesar de ser prácticamente un novato en el deporte de la canasta, el rumano conseguía parecer omnipresente cada vez que el balón se acercaba al aro. Llegaba a todo. Taponaba y punteaba tiros rivales sin necesidad de saltar, monopolizaba los rebotes defensivos y marcaba cada vez con más comodidad. Eso sí, sin aprovecharse de su altura para machacar. “Hacer un mate es espectacular. Pero es espectacular para aquellos jugadores que miden dos metros o menos. Para mí, el mate es fácil. Por tanto, prefiero buscar espectáculo con otro tipo de tiros”.

En el plano técnico, mejoró su desplazamiento y su motricidad. Además, se acostumbró a ser el hombre a parar de su equipo, sin quejarse nunca por nada. Sus 18,7 puntos y 10,3 rebotes por encuentro sirvieron para que el Pau Orthez alcanzase el subcampeonato nacional. Además, el equipo galo ganó la Copa y llegó hasta cuartos de la antigua Copa de Europa. En la máxima competición europea aprovechó sus duelos contra el Real Madrid para reivindicarse como un valor al alza. No se acobardó (23 puntos y 15 rebotes) ante otro techo europeo, Sabonis, en un duelo con tintes de grandeza y con visos de repetirse en el futuro.

Su nombre comenzó a ser relacionado con la NBA, despertando curiosidad en varios equipos. Muresan, siempre modesto, prefería ser paciente (“Antes de ir allí tengo que saber a jugar al baloncesto”), aunque los informes de los scouts comenzaban a avalar su partida al básquet estadounidense.

No obstante, el Barcelona entró en escena y se presentaba como una opción demasiado tentadora como para ser rechazada. El club blaugrana creía encontrar en el rumano el antídoto perfecto contra Sabonis y sabía que daría un golpe de mano al mercado europeo con su posible contratación. Incluso se barajó la elevada cifra de 130 millones de las antiguas pesetas como sueldo anual pero, cuando la llegada de Muresan a la ACB parecía inminente, un informe médico del cuadro barcelonista desaconsejó a última hora su fichaje.

El reconocimiento clínico no se hizo público, para no perjudicar al rumano de cara al draft de la NBA, en el que salió en una más que digna trigésima posición. En la tercera elección de la segunda ronda, los Washington Bullets apostaron por Guita, abriéndose un futuro lleno de incógnitas en su carrera. ¿Carne de banquillo? ¿Adaptación difícil? ¿Continuaría su línea ascendente o por el contrario su físico condicionaría su presencia en una competición de tanto nivel? Las canchas se encargarían de resolver tantos enigmas.

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