Oscar Schmidt: La pasión de un niño grande
Oscar Schmidt es uno de esos jugadores que nunca se olvidan. Un tirador sublime, un depredador baloncestístico capaz de amasar anotaciones asombrosas y galardones de máximo realizador liguero por doquier. Un referente histórico de una selección de Brasil a la que unió un inquebrantable compromiso. Una estrella amable, un jugador con profunda pasión por el baloncesto y por los puntos, su quehacer diario ya fuese con la canarinha, en Italia o en la ACB, donde deslumbró en Valladolid y estableció el aun vigente récord de triples en un partido (11). Unos días después de su 50 cumpleaños, recordamos al genio brasileño de la mano de Juan Francisco Escudero
Al sonar la bocina que marcaba el final del partido Oscar se derrumbó en el suelo y lloró, lloró como un niño, incapaz de retener para sí las emociones inherentes a un desenlace deportivamente trágico, aunque visto de otro modo no exento de lógica. Pero a Oscar lo único que le importaba dentro de una cancha era la lógica de la victoria, y contribuir a ella al máximo de sus fuerzas. Por eso, qué más daba que enfrente se situara la potentísima selección de la URSS con Sabonis y Marcioulonis al frente, la cual acabaría siendo campeona olímpica cuatro días más tarde. Lo único cierto es que después de 45 minutos de batalla sin tregua, el 110-105 final solo significaría que la selección canarinha, a pesar de la enésima exhibición anotadora del número 14 -46 puntos- se quedaría sin el premio de las medallas una vez más, y el tiempo, inexorable, galopaba en su contra.
Las mismas lágrimas de alegría que Oscar derramó un año antes en Indianápolis ahora se tornaban amargas, descorazonadoras y gélidas. Pero aún permanecía en nuestras retinas el recuerdo imperecedero de aquella histórica segunda mitad en la que la misma Brasil había destrozado a Estados Unidos en los Juegos Panamericanos de 1987. Oscar afinó el punto de mira y comandó a los suyos con 46 puntos, otra vez, al primer gran éxito de su generación desde el bronce de Manila en 1978. Oscar lo significaba todo para la Brasil de la canasta –“es un milagro a la altura de Pelé, Senna o Fitipaldi”, llegó a decir Juárez Araujo, un periodista brasileño- y el llanto del indiscutible icono significaba la tristeza o la alegría desbordante de toda una nación.
Progreso
Oscar Daniel Schmidt Bezerra había nacido un 16 de febrero de 1958 en Natal (Estado de Río Grande do Norte), la ciudad de la luz. Su padre era militar y su abuelo un emigrante alemán afincado en Brasil. Con estos precedentes una cierta coherencia lógica marcó la futura personalidad del pequeño de los Schmidt, en la que se vislumbraba una disciplina a ultranza sumada a un carácter eminentemente competitivo. Hasta que no cumple los 13 años Oscar no toca un balón de baloncesto, pero su altura y condiciones para el deporte hacen que pronto sea fichado por un modesto club de la zona, el Club Unidade y Vizinhança. Es ahí donde se inicia la imparable carrera que le conducirá al estrellato. Partiendo de la posición de pívot nato, Oscar mejora el tiro gracias a los métodos orientales de un entrenador japonés con el que coincide, Laurindo Miura.
Cumplidos los 16, coge las maletas para enrolarse en el Palmeiras de Sao Paulo, un club ya con mucha más trascendencia a nivel nacional. 1978 supone un año decisivo para la futura carrera del jugador, recién estrenada su internacionalidad ficha por el Sirio de Sao Paulo por cuatro años y es convocado para el mundial de Filipinas. Pero el punto de inflexión al que nos referimos no reside en estos hechos puntuales, sino en la adaptación a un nuevo rol, el de alero tirador. Es el seleccionador Ary Ventura Vidal el que le convence para dar el paso y alejarse del aro. Los puntos comienzan a venir desde fuera, aunque Oscar todavía no tiene a su disposición un factor que le convertirá en una fuerza desatada, la mágica línea de los tres puntos.
Italia
En 1979 el Bosna de Sarajevo de Mirza Delibasic había dado la sorpresa en la Copa de Europa venciendo al todopoderoso Emerson Varese. Trayendo bajo el brazo su condición de campeón de Europa, se enfrentaría en la final de la Copa Intercontinental con el mejor escuadra brasileña, el Sirio de Sao Paulo. En aquel partido Bogdan Tanjevic, a la sazón entrenador del Bosna, asistió impasible a la demostración de un joven semidesconocido en Europa que acabaría dando la victoria a Sirio gracias a sus 42 puntos. Inmediatamente Tanjevic recomendó el fichaje del 14 brasileño al manager del Pallacanestro Caserta, Giancarlo Sarti, y la operación, aunque aún tardó un par de años, acabaría llevándose a cabo. Oscar Schmidt ficharía por el entonces modesto club en el verano de 1982 y sería dirigido por el mismo Tanjevic.
La historia global de Oscar en Caserta es la historia de un rey carente de una corona tangible. Mediante tremendas actuaciones encestadoras, títulos individuales a mansalva y marcas de prodigiosa efectividad, en ocho años únicamente consiguió subir a la A-1 desde la A-2 y una Copa de Italia, siendo subcampeón de la Copa Korac en 1986, de la Recopa en 1989 y de Liga en 1986 y 1987. Un bagaje relativamente escaso para uno de los cinco mejores jugadores que jamás pisaron una cancha de la NBA.
Y la tendencia continuó en Pavía, tres años más, de 1990 a 1993, más acentuado si cabe, debido a que el equipo local disponía de menos recursos que Caserta. Este es el estigma que siempre acompañará a Oscar fuera de Brasil, el no ser capaz de elevar a sus equipos a un nivel de excelencia reflejado en títulos, salvando ocasiones muy puntuales. Y es que, teniendo siempre en cuenta la modestia de los clubs en los que jugó, pese a realizar grandes partidos en los momentos clave, casi siempre había alguien mejor, o un imponderable que impedía el triunfo: “En la final de la Recopa en Atenas me encontraba muy bien, cada vez más en racha a medida que avanzaba el partido, sólo que Drazen estaba aún mucho más caliente que yo, jamás vi a nadie jugar así”.
España
La pregunta surgió en su momento, ¿por qué un jugador de esta grandeza nunca aceptó irse a otro lugar de mayor entidad? Porque es de recibo aclarar que Oscar dispuso durante su época en Caserta de varias ofertas muy suculentas, pero dos por encima de todas, una de los New Jersey Nets en 1984 y otra del Real Madrid en 1986. Y ambas fueron rechazadas. En el caso de los cantos de sirena desde América las razones resultan comprensibles a todas luces, Oscar no habría podido seguir defendiendo la elástica canarinha debido a los reglamentos de la época y, aparte, se le ofrecía bastante menos dinero de lo que cobraba en Italia. Y en cuanto al Madrid, los dirigentes de Caserta igualaron la oferta y Oscar simplemente cumplió su parte del pacto, sellado mediante un vínculo afectivo muy fuerte con el propietario. También habría podido nacionalizarse italiano después de 11 años como residente, pero lo desestimó debido a que Brasil no reconoce la doble nacionalidad, y renunciar a su país no entraba para nada en sus planes de futuro.
En 1993, ya con 35 años, Oscar ponía rumbo a Valladolid –de nuevo un equipo modesto- y llevaba consigo, aparte de la familia, toda la ilusión, profesionalidad y carisma de los que siempre hizo gala. Tocaba comenzar desde cero otra vez, conocer una nueva liga y adaptarse a costumbres diferentes. Pero siempre desde el mismo punto de partida, la escrupulosa ética profesional como complemento a una pasión desbordante. Para Oscar se trataba de ganarse la vida y al mismo tiempo de disfrutar de su principal y casi único aliciente al margen de la familia, daba igual que tuviera enfrente al Dream Team, a la selección soviética, al Phillips de Milan o a un equipo de medio nivel italiano: “el baloncesto era un vicio para mi, una droga, lo necesitaba”.
Después de dos temporadas durísimas en Valladolid, viviendo momentos muy brillantes alternando con bastantes sinsabores. En el último año, a las órdenes de Wayne Brabender, el brasileño no entendía porque a esas alturas se le pretendía hacer cambiar su estilo de juego y que se esforzara en defender mucho más duro de lo que nunca había hecho. Oscar jamás pensó en abandonar el barco, cumplió el año de contrato que le quedaba y regresó, dejó Europa y volvió a Brasil para agotar sus últimos años como profesional
El tiro
Si por algo es conocido y recordado nuestro protagonista es por su casi infalible mecánica de tiro, otra genuina consecuencia del trabajo stajanovista y obsesivo que también caracterizó a otras grandes estrellas, pulidas a través de la práctica metódica, como Drazen Petrovic o Juan Antonio San Epifanio. Podríamos afirmar sin ningún temor que jamás existió un tirador de larga distancia tan fiable fuera de la NBA como Oscar Schmidt. Una altura considerable, 2,05 metros, y una endiablada rapidez para armar el brazo componían un cúmulo de virtudes demasiado importantes como para intentar oponer una resistencia efectiva. Pero es que rebuscando en el interior del universo profesional americano, tampoco es fácil encontrar un tirador puro a la altura de Oscar, acaso Larry Bird, Pete Maravich y un ramillete muy reducido de estrellas consagradas.
Tirador de una pulcritud y una celeridad exasperantes, podía ejecutar su lanzamiento en cualquier posición y en toda circunstancia imaginable, en carrera, saliendo tras bloqueo, con un hombre literalmente pegado a su cuerpo, mediante el famoso movimiento de amago de penetración y paso atrás. Horas y horas de entrenamiento y una actitud incansable dieron sus frutos. Solía quedarse siempre después de la práctica conjunta para lanzar una y otra vez, castigándose a sí mismo después de una actuación que él consideraba no del todo satisfactoria. Verlo de cerca resultaba un espectáculo. Otro afamado tirador, José María Margall, fue testigo de una anécdota esclarecedora: “Para la preparación de los JJOO de Seúl fuimos a jugar a China un torneo de exhibición. Nos llevaron a entrenar a una cancha desastrosa, destartalada, las canastas eran penosas e incluso los balones no eran reglamentarios. La selección brasileña apareció en la zona contraria y Oscar comenzó a tirar triples con los mismos balones irregulares que teníamos nosotros. El tipo metió 50 o 60 seguidos sin pestañear, hasta que al fin se cansó. Se nos quedó una cara de idiotas a todos digna de verse. No hubo nadie como él”.
Todo un personaje
Los que conocieron de cerca al Oscar ser humano lo definen como alguien entrañable, afable, hogareño y sobre todo muy profesional. Gustaba de llevar una vida ordenada, lejos del mundanal ruido y centrarse únicamente en su familia y en el baloncesto. En su casa tenía un despacho enteramente dedicado a guardar sus partidos en video y las carreras de su ídolo Ayrton Senna, y aparte solo se le conocía un vicio, la coca-cola. Era capaz de agotar las existencias del supermercado más cercano en una de sus visitas al área de refrescos.
Para ilustrar su amor por el baloncesto y el compromiso del que hacía gala por todo lo que lo rodeara, cuentan que en el momento en que su mujer se puso de parto, Oscar la llevó al hospital de Nápoles, y cuando le confirmaron que su hijo aún tardaría unas tres o cuatro horas en venir al mundo, él la dejó allí, cogió el coche y se fue a entrenar con el equipo a Caserta. Volvió a tiempo, al fin y al cabo, tenían un partido muy importante al día siguiente.
Hombre de un trato exquisito para con los fans, jamás negaba a nadie un autógrafo, una sonrisa o una atención. Por ello, cuando Oscar volvía a Pavía o a Caserta era tratado poco menos que como un Dios.
Los números
Parece increíble como un jugador con esta hoja de servicios tan apabullante después no presente una colección de títulos a la altura. Pero a pesar de esta evidente contradicción, conviene resumir ligeramente algunos de sus logros en el arte en que siempre fue un maestro. Estos son los números del capocannonieri:
• Máximo anotador de la historia de la Lega.
• 8 veces máximo anotador de la Lega.
• Máximo anotador de los play-offs.
• Máximo anotador en tres ligas diferentes, la brasileña, la italiana y la española.
• Récord de triples en un partido ACB, 11.
• 285 veces internacional con Brasil.
• Record olímpico en un partido, 55 (contra España), y en un torneo, 338 (42,2 puntos de media). Seúl 1988.
• Marcas de 66 puntos en Pavía, 60 en Caserta.
• Record para un Campeonato del Mundo, 53 puntos a Australia en 1990.
• Máximo anotador de la historia del baloncesto. Superó en 2001 los 46.727 puntos de Kareem Abdul Jabbar.
En 1995 volvió a Brasil y jugó en Corinthians, Bandeirantes, Barueri y Flamengo durante 8 años más. A los 45 colgó definitivamente las botas. Su miedo más visceral se encontraba precisamente ahí, en descubrir si sería o no capaz de afrontar el momento de la retirada. Un niño que nunca quiso envejecer de repente tomó conciencia de que sus anhelos no se harían realidad para siempre. El Peter Pan del baloncesto ya se ha hecho mayor.
Juan Francisco Escudero
Autor del libro “Drazen Petrovic, La leyenda del indomable” y “Generación NBA”
Al sonar la bocina que marcaba el final del partido Oscar se derrumbó en el suelo y lloró, lloró como un niño, incapaz de retener para sí las emociones inherentes a un desenlace deportivamente trágico, aunque visto de otro modo no exento de lógica. Pero a Oscar lo único que le importaba dentro de una cancha era la lógica de la victoria, y contribuir a ella al máximo de sus fuerzas. Por eso, qué más daba que enfrente se situara la potentísima selección de la URSS con Sabonis y Marcioulonis al frente, la cual acabaría siendo campeona olímpica cuatro días más tarde. Lo único cierto es que después de 45 minutos de batalla sin tregua, el 110-105 final solo significaría que la selección canarinha, a pesar de la enésima exhibición anotadora del número 14 -46 puntos- se quedaría sin el premio de las medallas una vez más, y el tiempo, inexorable, galopaba en su contra.
Las mismas lágrimas de alegría que Oscar derramó un año antes en Indianápolis ahora se tornaban amargas, descorazonadoras y gélidas. Pero aún permanecía en nuestras retinas el recuerdo imperecedero de aquella histórica segunda mitad en la que la misma Brasil había destrozado a Estados Unidos en los Juegos Panamericanos de 1987. Oscar afinó el punto de mira y comandó a los suyos con 46 puntos, otra vez, al primer gran éxito de su generación desde el bronce de Manila en 1978. Oscar lo significaba todo para la Brasil de la canasta –“es un milagro a la altura de Pelé, Senna o Fitipaldi”, llegó a decir Juárez Araujo, un periodista brasileño- y el llanto del indiscutible icono significaba la tristeza o la alegría desbordante de toda una nación.
Progreso
Oscar Daniel Schmidt Bezerra había nacido un 16 de febrero de 1958 en Natal (Estado de Río Grande do Norte), la ciudad de la luz. Su padre era militar y su abuelo un emigrante alemán afincado en Brasil. Con estos precedentes una cierta coherencia lógica marcó la futura personalidad del pequeño de los Schmidt, en la que se vislumbraba una disciplina a ultranza sumada a un carácter eminentemente competitivo. Hasta que no cumple los 13 años Oscar no toca un balón de baloncesto, pero su altura y condiciones para el deporte hacen que pronto sea fichado por un modesto club de la zona, el Club Unidade y Vizinhança. Es ahí donde se inicia la imparable carrera que le conducirá al estrellato. Partiendo de la posición de pívot nato, Oscar mejora el tiro gracias a los métodos orientales de un entrenador japonés con el que coincide, Laurindo Miura.
Cumplidos los 16, coge las maletas para enrolarse en el Palmeiras de Sao Paulo, un club ya con mucha más trascendencia a nivel nacional. 1978 supone un año decisivo para la futura carrera del jugador, recién estrenada su internacionalidad ficha por el Sirio de Sao Paulo por cuatro años y es convocado para el mundial de Filipinas. Pero el punto de inflexión al que nos referimos no reside en estos hechos puntuales, sino en la adaptación a un nuevo rol, el de alero tirador. Es el seleccionador Ary Ventura Vidal el que le convence para dar el paso y alejarse del aro. Los puntos comienzan a venir desde fuera, aunque Oscar todavía no tiene a su disposición un factor que le convertirá en una fuerza desatada, la mágica línea de los tres puntos.
Italia
En 1979 el Bosna de Sarajevo de Mirza Delibasic había dado la sorpresa en la Copa de Europa venciendo al todopoderoso Emerson Varese. Trayendo bajo el brazo su condición de campeón de Europa, se enfrentaría en la final de la Copa Intercontinental con el mejor escuadra brasileña, el Sirio de Sao Paulo. En aquel partido Bogdan Tanjevic, a la sazón entrenador del Bosna, asistió impasible a la demostración de un joven semidesconocido en Europa que acabaría dando la victoria a Sirio gracias a sus 42 puntos. Inmediatamente Tanjevic recomendó el fichaje del 14 brasileño al manager del Pallacanestro Caserta, Giancarlo Sarti, y la operación, aunque aún tardó un par de años, acabaría llevándose a cabo. Oscar Schmidt ficharía por el entonces modesto club en el verano de 1982 y sería dirigido por el mismo Tanjevic.
La historia global de Oscar en Caserta es la historia de un rey carente de una corona tangible. Mediante tremendas actuaciones encestadoras, títulos individuales a mansalva y marcas de prodigiosa efectividad, en ocho años únicamente consiguió subir a la A-1 desde la A-2 y una Copa de Italia, siendo subcampeón de la Copa Korac en 1986, de la Recopa en 1989 y de Liga en 1986 y 1987. Un bagaje relativamente escaso para uno de los cinco mejores jugadores que jamás pisaron una cancha de la NBA.
Y la tendencia continuó en Pavía, tres años más, de 1990 a 1993, más acentuado si cabe, debido a que el equipo local disponía de menos recursos que Caserta. Este es el estigma que siempre acompañará a Oscar fuera de Brasil, el no ser capaz de elevar a sus equipos a un nivel de excelencia reflejado en títulos, salvando ocasiones muy puntuales. Y es que, teniendo siempre en cuenta la modestia de los clubs en los que jugó, pese a realizar grandes partidos en los momentos clave, casi siempre había alguien mejor, o un imponderable que impedía el triunfo: “En la final de la Recopa en Atenas me encontraba muy bien, cada vez más en racha a medida que avanzaba el partido, sólo que Drazen estaba aún mucho más caliente que yo, jamás vi a nadie jugar así”.
España
La pregunta surgió en su momento, ¿por qué un jugador de esta grandeza nunca aceptó irse a otro lugar de mayor entidad? Porque es de recibo aclarar que Oscar dispuso durante su época en Caserta de varias ofertas muy suculentas, pero dos por encima de todas, una de los New Jersey Nets en 1984 y otra del Real Madrid en 1986. Y ambas fueron rechazadas. En el caso de los cantos de sirena desde América las razones resultan comprensibles a todas luces, Oscar no habría podido seguir defendiendo la elástica canarinha debido a los reglamentos de la época y, aparte, se le ofrecía bastante menos dinero de lo que cobraba en Italia. Y en cuanto al Madrid, los dirigentes de Caserta igualaron la oferta y Oscar simplemente cumplió su parte del pacto, sellado mediante un vínculo afectivo muy fuerte con el propietario. También habría podido nacionalizarse italiano después de 11 años como residente, pero lo desestimó debido a que Brasil no reconoce la doble nacionalidad, y renunciar a su país no entraba para nada en sus planes de futuro.
En 1993, ya con 35 años, Oscar ponía rumbo a Valladolid –de nuevo un equipo modesto- y llevaba consigo, aparte de la familia, toda la ilusión, profesionalidad y carisma de los que siempre hizo gala. Tocaba comenzar desde cero otra vez, conocer una nueva liga y adaptarse a costumbres diferentes. Pero siempre desde el mismo punto de partida, la escrupulosa ética profesional como complemento a una pasión desbordante. Para Oscar se trataba de ganarse la vida y al mismo tiempo de disfrutar de su principal y casi único aliciente al margen de la familia, daba igual que tuviera enfrente al Dream Team, a la selección soviética, al Phillips de Milan o a un equipo de medio nivel italiano: “el baloncesto era un vicio para mi, una droga, lo necesitaba”.
Después de dos temporadas durísimas en Valladolid, viviendo momentos muy brillantes alternando con bastantes sinsabores. En el último año, a las órdenes de Wayne Brabender, el brasileño no entendía porque a esas alturas se le pretendía hacer cambiar su estilo de juego y que se esforzara en defender mucho más duro de lo que nunca había hecho. Oscar jamás pensó en abandonar el barco, cumplió el año de contrato que le quedaba y regresó, dejó Europa y volvió a Brasil para agotar sus últimos años como profesional
El tiro
Si por algo es conocido y recordado nuestro protagonista es por su casi infalible mecánica de tiro, otra genuina consecuencia del trabajo stajanovista y obsesivo que también caracterizó a otras grandes estrellas, pulidas a través de la práctica metódica, como Drazen Petrovic o Juan Antonio San Epifanio. Podríamos afirmar sin ningún temor que jamás existió un tirador de larga distancia tan fiable fuera de la NBA como Oscar Schmidt. Una altura considerable, 2,05 metros, y una endiablada rapidez para armar el brazo componían un cúmulo de virtudes demasiado importantes como para intentar oponer una resistencia efectiva. Pero es que rebuscando en el interior del universo profesional americano, tampoco es fácil encontrar un tirador puro a la altura de Oscar, acaso Larry Bird, Pete Maravich y un ramillete muy reducido de estrellas consagradas.
Tirador de una pulcritud y una celeridad exasperantes, podía ejecutar su lanzamiento en cualquier posición y en toda circunstancia imaginable, en carrera, saliendo tras bloqueo, con un hombre literalmente pegado a su cuerpo, mediante el famoso movimiento de amago de penetración y paso atrás. Horas y horas de entrenamiento y una actitud incansable dieron sus frutos. Solía quedarse siempre después de la práctica conjunta para lanzar una y otra vez, castigándose a sí mismo después de una actuación que él consideraba no del todo satisfactoria. Verlo de cerca resultaba un espectáculo. Otro afamado tirador, José María Margall, fue testigo de una anécdota esclarecedora: “Para la preparación de los JJOO de Seúl fuimos a jugar a China un torneo de exhibición. Nos llevaron a entrenar a una cancha desastrosa, destartalada, las canastas eran penosas e incluso los balones no eran reglamentarios. La selección brasileña apareció en la zona contraria y Oscar comenzó a tirar triples con los mismos balones irregulares que teníamos nosotros. El tipo metió 50 o 60 seguidos sin pestañear, hasta que al fin se cansó. Se nos quedó una cara de idiotas a todos digna de verse. No hubo nadie como él”.
Todo un personaje
Los que conocieron de cerca al Oscar ser humano lo definen como alguien entrañable, afable, hogareño y sobre todo muy profesional. Gustaba de llevar una vida ordenada, lejos del mundanal ruido y centrarse únicamente en su familia y en el baloncesto. En su casa tenía un despacho enteramente dedicado a guardar sus partidos en video y las carreras de su ídolo Ayrton Senna, y aparte solo se le conocía un vicio, la coca-cola. Era capaz de agotar las existencias del supermercado más cercano en una de sus visitas al área de refrescos.
Para ilustrar su amor por el baloncesto y el compromiso del que hacía gala por todo lo que lo rodeara, cuentan que en el momento en que su mujer se puso de parto, Oscar la llevó al hospital de Nápoles, y cuando le confirmaron que su hijo aún tardaría unas tres o cuatro horas en venir al mundo, él la dejó allí, cogió el coche y se fue a entrenar con el equipo a Caserta. Volvió a tiempo, al fin y al cabo, tenían un partido muy importante al día siguiente.
Hombre de un trato exquisito para con los fans, jamás negaba a nadie un autógrafo, una sonrisa o una atención. Por ello, cuando Oscar volvía a Pavía o a Caserta era tratado poco menos que como un Dios.
Los números
Parece increíble como un jugador con esta hoja de servicios tan apabullante después no presente una colección de títulos a la altura. Pero a pesar de esta evidente contradicción, conviene resumir ligeramente algunos de sus logros en el arte en que siempre fue un maestro. Estos son los números del capocannonieri:
• Máximo anotador de la historia de la Lega.
• 8 veces máximo anotador de la Lega.
• Máximo anotador de los play-offs.
• Máximo anotador en tres ligas diferentes, la brasileña, la italiana y la española.
• Récord de triples en un partido ACB, 11.
• 285 veces internacional con Brasil.
• Record olímpico en un partido, 55 (contra España), y en un torneo, 338 (42,2 puntos de media). Seúl 1988.
• Marcas de 66 puntos en Pavía, 60 en Caserta.
• Record para un Campeonato del Mundo, 53 puntos a Australia en 1990.
• Máximo anotador de la historia del baloncesto. Superó en 2001 los 46.727 puntos de Kareem Abdul Jabbar.
En 1995 volvió a Brasil y jugó en Corinthians, Bandeirantes, Barueri y Flamengo durante 8 años más. A los 45 colgó definitivamente las botas. Su miedo más visceral se encontraba precisamente ahí, en descubrir si sería o no capaz de afrontar el momento de la retirada. Un niño que nunca quiso envejecer de repente tomó conciencia de que sus anhelos no se harían realidad para siempre. El Peter Pan del baloncesto ya se ha hecho mayor.
Juan Francisco Escudero
Autor del libro “Drazen Petrovic, La leyenda del indomable” y “Generación NBA”