Talentos Yugoslavos (V)
De la pàgina www.acb.com podemos extraer la quinta parte de una serie de reportajes que explican el èxito del baloncesto yugoslavo. Aqui podremos ver la serie de èxitos de un equipo que marcò historia como la Jùgoplastika y jugadores que estàn entre los mejores del mundo como Kukc, Radja, Djordevic.
Entre 1989 y 1992 los clubes yugoslavos conquistaron 4 Copas de Europa consecutivas. El triple de Djordjevic en carrera para matar las ilusiones del Joventut puso un punto y final glorioso a la participación de los balcánicos en Europa, apartados de toda competición por la guerra hasta 1995. Anteriormente, la Jugoplastik alcanzó unos niveles de excelencia nunca vistos, de la mano, fundamentalmente, de un espíritu colectivo insuperable y de una figura que flotaba por encima del resto: Toni Kukoc
Kukoc: La pantera rosa de Split
Lo de Toni Kukoc era lo nunca visto en Europa. De repente aparecía en la escena europea un 2.07 capaz de botar la pelota como un base, de correr el campo como un escolta, de tirar como un alero y de moverse al poste con la superioridad del pívot más técnico que humilla a sus rivales. De hecho, esa era la palabra que lo definía: era humillante. Nadie le hacia sombra.
Su brillo se empezó a hacer evidente en 1987, en el Mundial Junior de Bormio. Una selección encabezada por Radja, Djordjevic, Kukoc y el ex-Cáceres Nebojsa Ilic se hacía con el título por delante de la poderosa selección de los Estados Unidos, con Larry Johnson, Gary Payton, Lionel Simmons o Brian Williams. Les ganaron dos veces, pero la primera, en un patido soberbio, Kukoc hizo la friolera de 11/12 triples para irse hasta los 37 puntos.
Y es que Kukoc, en aquella época, lo hacía todo, y todo bien. Se trataba de un chico desgarbado, que parecía que se iba a romper en cualquier acción, pero que parecía que flotaba en la pista. Su clase, su determinación y su carácter nada egoísta le hicieron favorito de muchos, superando en popularidad, que no en carisma, al propio Drazen Petrovic. Estaba muy por encima de todo el mundo, y era prácticamente indefendible: si no posteaba frente a jugadores más bajos, salía hacia fuera para desequilibrar en el uno contra uno, o simplemente a botar el balón para sacar un pase sólo al alcance de los más privilegiados. Europa se le quedó pequeña, sin duda. Era la referencia, tanto a nivel europeo como a nivel del Open McDonald´s, donde los equipos americanos terminaron por tener problemas siempre ante el equipo de Split.
Ese momento alcanzó su cénit en Roma, cuando los Denver Nuggets de Alex English, Fat Lever, Walter Davis o Dan Schayes se enfrentaron a la mejor versión posible de la Jugoplastika. El partido de Ivanovic, 32 puntos, fue prácticamente perfecto y lo que se suponía un paseo militar se convirtió en un partidazo al más alto nivel: de hecho, Denver tuvo que contar con la aportación de Danny Schayes (12/13 en tiro), y sobre todo, de un inspiradísimo Walter Davis, que estuvo imparable en la fase final del partido, para frustración de Kukoc, Radja y compañía, que perdieron 129-135 y tuvieron en la mano el ser el primer equipo europeo que derrotaba a uno de la NBA en competición oficial.
Anteriormente, un combinado soviético había derrotado a los Atlanta Hawks en una gira que hicieron por el país y que se mantiene como uno de los grandes secretos no confesables en público por la propia liga americana.
Volviendo con Kukoc, una vez que lo ganó todo en Europa, dio el salto a la NBA, donde cogío muchísima masa muscular, lo cual cortó de raíz su velocidad, y perdió protagonismo en ataque, especialmente al volver Michael Jordan, quedando como especialista ofensivo, eso sí, de primer nivel. La desidia acabó con su genialidad, aunque siempre sigue dejando destellos de su grandeza, y precisamente eso es lo que le diferenció de Petrovic: la actitud. Sin embargo, siempre nos quedará el recuerdo de sus años estelares en la Jugoplastika, donde fue la estrella más fulgurante de un equipo plagado de ellas, siempre al servicio de un grupo, repartiendo asistencias y anotando sólo cuando era necesario.
Un dato: pasarán los años, se batirán récords, se superarán marcas. Pero dentro de 100 años es posible que el único jugador que tenga tres títulos europeos y tres títulos NBA siga siendo Toni Kukoc. Será una marca difícil de igualar.
La temible Jugoplastika de Split
Todo empezó en Munich, en 1989. La Jugoplastika había llegado a la Final Four como el gran tapado. Todo el mundo apostaba por el poderoso Barcelona de Epi, Sibilio, Norris o Solozábal o por el dos veces subcampeón en los dos años anteriores: el Maccabi de Tel Aviv, que contaba con la mejor pareja de americanos del momento, Kevin Magee y Ken Barlow. Su juego en la primera fase había sido irregular, pero ahí estaban, un equipo de cantera, con unos chavales llamados Kukoc y Radja dispuestos a comerse el mundo y con jugadores como Perasovic, Ivanovic, Sretenovic, Sobin o un jovencísimo Tabak.
Todos ellos dirigidos por un hombre, Bozidar Maljkovic, desconocido en el ámbito europeo. Nadie contaba con ellos, pero en la primera semifinal dieron la gran campanada, eliminando al favorito, el Barcelona. Kukoc se fue hasta los 24 puntos y 4 triples, bien complementado por Ivanovic, siempre en su papel de anotador incansable, 21 puntos, y Radja, con 18 puntos.
El pívot croata aportaba calidad a la vez que solidez cerca de canasta, haciendo de su media vuelta su tiro característico y siendo la referencia interior de estos chavales que parecían salidos de la nada para sorprender al mundo. Al final 87-77, sin pasar verdaderos problemas en todo el partido.
En la final les esperaba el Maccabi de Dorom Jamchi, el eterno perdedor del baloncesto israelí. esta vez fue el mejor con 25 puntos, pero se escondió cuando su equipo más lo necesitaba. Por su parte Kukoc, con 4 triples y 0/5 tiros libres, y sobre todo Radja, sublime con 20 puntos y dejando a Magee en la mitad, fusilaron al conjunto macabeo, condenado a perder su tercera final consecutiva.
Un año después la Final Four era en Zaragoza, con el mejor Barcelona de la historia hasta el momento, el de 1990, con David Wood dando una nueva dimensión a este Barça. De nuevo sin partir como favoritos y de nuevo sorprendiendo al planeta FIBA, ya que el equipo blaugrana había sometido al Aris de Gallis, Yannakis y Jones por casi 30 puntos. La final empezó con ventaja del equipo croata, culminada al descanso con un triple del ilustre Velimir Perasovic desde medio campo (35-40).
Posteriormente, la cosa se puso muy favorable al Barça: Radja eliminado por faltas y partido igualado. Un fallo de Norris en un mate fue el cénit del equipo de Aíto, mientras los de Maljkovic se rendían a las excelencias de Kukoc. Una jugada habla por sí sola: con el partido en lo más caliente, Kukoc entra a canasta y recibe un tapón tremendo de Norris.
La grada rugía como nunca, pero no había problema, ya que el croata recogió el rebote ofensivo y acto seguido, ante el estupor de todos, clavó un triple. Todo ello, unido a la buena actuación de Perasovic en el tramo final y la serenidad de Ivanovic y Sretenovic, hicieron que la imagen se repitiese. Kukoc botando el balón, roto de alegría en pleno éxtasis, botando y alzando su brazo derecho mientras el tiempo expiraba.
Y es que este equipo era de otra galaxia. Su solidez era a prueba de bomba. Una vez que tomaban una ventaja cómoda en el marcador, sabían negociarla de tal forma que parecían invencibles. Si no era una genialidad de Kukoc, era un balón interior a Radja, o un tiro con el jugador encima de Ivanovic, o un balón doblado a Perasovic, o un movimiento en el poste del astuto Zoran Savic. Además, eran competitivos, más que ningún otro equipo. Los entrenamientos eran todos con el cuchillo entre los dientes, motivados por la ética de trabajo de Majlkovic, bien descrita en esta web por el propio Perasovic. La mezcla de talento sin límites, determinación y competitividad hicieron de este equipo el mejor de todos los tiempos.
En 1991 vino el más difícil todavía. Radja se había ido a Italia con un contrato que asustaba. Ivanovic se había ido a castigar con su tiro a media ACB en el Girona, y habían llegado Avy Lester, un americano de los de muy bajo presupuesto, y Aramis Naglic, que daría un buen rendimiento en general. Eso sí, quedaba Kukoc. Y la final de repetía, esta vez con Bozidar Maljkovic en el banquillo contrario: el del Barcelona. No hubo nada que hacer, porque Pavlicevic mató el partido con una zona mientras Kukoc estaba en el banquillo, a la vez que Lester tenía su momento de gloria, siendo clave, con 11 puntos, en el triunfo de los de Split, 70-65.
Por encima de todos, brilló Zoran Savic, en el que ha sido el mejor partido de su dilatada carrera. Dominó cómo y cuando quiso a Norris y Ortiz y acabó con 27 puntos, siendo proclamado MVP. París había visto el fin de una era, tres títulos consecutivos de un equipo hecho de la nada, a base de cantera y buen hacer.
Posteriormente, Kukoc se iría a Treviso para acabar en Chicago, Perasovic aguantó un año más tirándose hasta las zapatillas para acabar en España y ganarse el reconocimiento de todos. Tabak marchó para la NBA, Naumoski, que prácticamente no jugaba, hizo historia en el baloncesto turco, elevándolo al máximo nivel y formando parte fundamental del Efes Pilsen campeón de la Korac del 96 junto a Ufuk Sarica, Mirsad Turkcan o el malogrado Conrad McRae.
Y es que en este equipo, hasta el jugador número 12 tenía calidad para ser una estrella.
El Partizán de Fuenlabrada
En 1992, los equipos yugoslavos tuvieron que emigrar para jugar sus partidos de casa. Así las cosas, el Slobodna Dalmacija, antigua Jugoplastika, eligió La Coruña, la Cibona eligió Puerto Real y el Partizán de Belgrado decidió ubicarse al Sur de Madrid: Fuenlabrada, una ciudad de nula tradición baloncestística, fue la elegida.
El equipo fue acogido como si fuese de casa. Poco a poco, las buenas actuaciones de Djordjevic y Danilovic corrieron la voz en toda la población: había un equipo de basket en la ciudad, estaba jugando la Euroliga y ponían el alma en todo lo que hacían. Para mediados de la fase regular, el clamor era generalizado y el Partizán llenaba el Pabellón Fernando Martín día sí, día también.
La paradoja vino cuando tuvieron que enfrentarse a equipos nacionales, ya que Joventut y Estudiantes debían enfrentarse al equipo "de la ciudad".
Sorprendentemente, la afición fuenlabreña estuvo en ambos partidos con el Partizán a muerte, ignorando nacionalismos y levantando alguna que otra crítica. Especialmente chocante fue el partido contra el Joventut, con triunfo de 1 para el Partizán con dos tiros libres de Zoran Stevanovic, y en el que la presión ambiental (!!!!) fue un factor determinante para el triunfo de los de Zeljko Obradovic. Zeljko estaba entonces en su primera experiencia como entrenador, asesorado en la sombra por el legendario Alexander Nikolic.
El Partizán llegó contra todo pronóstico a la Final Four del 92, primero derrotando en cuartos a la Virtus de Bolonia, siempre de la mano de Djordjevic, Danilovic y, en menor medida, Slavisa Koprivica, Ivo Nakic y Zoran Stevanovic. En esa serie, el dúo Djordjevic-Danilovic pudieron con Coldebella y Jurij Zdovc.
Ya en la Final Four de Estambul, con dos equipos españoles como el Joventut y el Estudiantes dando una lección inolvidable de fair play y deportividad de esas que quedan para siempre en la memoria, el Partizán sacó lo mejor de sí mismo.
Primero, ante la Philips de Milán, en una segunda parte soberbia de Danilovic y Djordjevic ante un Philips en el que sólo sus americanos, Dawkins y Rogers, dieron la cara. Posteriormente, ante el Joventut. La historia es bien conocida: un grandísimo partido de Sasha Danilovic, respondido de forma admirable por Tomás Jofresa, quien anota la que parece canasta del triunfo de la Penya (globalmente, el mejor equipo de Europa en esa temporada) en un tiro a 3 metros con rectificado. El Joventut ganaba de dos.
Todo parecía acabado, pero Djordjevic pidió la pelota, cruzó el campo por la parte derecha con la única idea en mente de finiquitar el partido, parándose en la línea de tres puntos con los dos pies mirando hacia la línea de fondo, arquenado el cuerpo a la vez que se equilibraba en el aire para lanzar el triple que entró como un obús en la canasta de la Penya. Hubo un tiro más de Harold Pressley, de medio campo y precipitado. No entró. Ha pasado el tiempo y aún tengo que escuchar que el triple de Djordjevic fue un churro.
Personalmente, nunca he visto a nadie con más intención de meter un triple y con más determinación para hacer un buen tiro que Djordjevic en esa jugada. Y el Partizán ganó de uno, 71-70.
Ni que decir tiene que en Fuenlabrada los aficionados salieron a la calle para festejar el título. "Su" equipo había ganado la Copa de Europa. Y a partir de ahí, el "daño" ya estaba hecho.
Fuenlabrada tuvo su equipo en la división de plata del basket español (primero EBA, después LEB) y de la mano de Perasovic, protagonista también en este artículo, subió a la ACB y siguen dando guerra. Todo esto no hubiese pasado de no ser porque el Partizán decidió desembarcar allí, en una extraña comunión entre afición sin equipo y equipo condenado a jugar fuera de su país. Mirando hacia atrás, el ambiente infernal contra Estudiantes y Joventut tuvo una consecuencia más que positiva: se ganó un equipo ACB con una afición entregada.
La guerra en los Balcanes hizo que el baloncesto en Yugoslavia no fuese lo mismo, ya que comenzó el éxodo de sus talentos a países como Grecia y Turquía, donde podrían hacer más dinero si se beneficiaban de las leyes de nacionalización. Sin embargo, la selección yugoslava siguió dando que hablar. De ello hablaremos en nuestro capítulo final.
Javier Gancedo ACB.COM
Entre 1989 y 1992 los clubes yugoslavos conquistaron 4 Copas de Europa consecutivas. El triple de Djordjevic en carrera para matar las ilusiones del Joventut puso un punto y final glorioso a la participación de los balcánicos en Europa, apartados de toda competición por la guerra hasta 1995. Anteriormente, la Jugoplastik alcanzó unos niveles de excelencia nunca vistos, de la mano, fundamentalmente, de un espíritu colectivo insuperable y de una figura que flotaba por encima del resto: Toni Kukoc
Kukoc: La pantera rosa de Split
Lo de Toni Kukoc era lo nunca visto en Europa. De repente aparecía en la escena europea un 2.07 capaz de botar la pelota como un base, de correr el campo como un escolta, de tirar como un alero y de moverse al poste con la superioridad del pívot más técnico que humilla a sus rivales. De hecho, esa era la palabra que lo definía: era humillante. Nadie le hacia sombra.
Su brillo se empezó a hacer evidente en 1987, en el Mundial Junior de Bormio. Una selección encabezada por Radja, Djordjevic, Kukoc y el ex-Cáceres Nebojsa Ilic se hacía con el título por delante de la poderosa selección de los Estados Unidos, con Larry Johnson, Gary Payton, Lionel Simmons o Brian Williams. Les ganaron dos veces, pero la primera, en un patido soberbio, Kukoc hizo la friolera de 11/12 triples para irse hasta los 37 puntos.
Y es que Kukoc, en aquella época, lo hacía todo, y todo bien. Se trataba de un chico desgarbado, que parecía que se iba a romper en cualquier acción, pero que parecía que flotaba en la pista. Su clase, su determinación y su carácter nada egoísta le hicieron favorito de muchos, superando en popularidad, que no en carisma, al propio Drazen Petrovic. Estaba muy por encima de todo el mundo, y era prácticamente indefendible: si no posteaba frente a jugadores más bajos, salía hacia fuera para desequilibrar en el uno contra uno, o simplemente a botar el balón para sacar un pase sólo al alcance de los más privilegiados. Europa se le quedó pequeña, sin duda. Era la referencia, tanto a nivel europeo como a nivel del Open McDonald´s, donde los equipos americanos terminaron por tener problemas siempre ante el equipo de Split.
Ese momento alcanzó su cénit en Roma, cuando los Denver Nuggets de Alex English, Fat Lever, Walter Davis o Dan Schayes se enfrentaron a la mejor versión posible de la Jugoplastika. El partido de Ivanovic, 32 puntos, fue prácticamente perfecto y lo que se suponía un paseo militar se convirtió en un partidazo al más alto nivel: de hecho, Denver tuvo que contar con la aportación de Danny Schayes (12/13 en tiro), y sobre todo, de un inspiradísimo Walter Davis, que estuvo imparable en la fase final del partido, para frustración de Kukoc, Radja y compañía, que perdieron 129-135 y tuvieron en la mano el ser el primer equipo europeo que derrotaba a uno de la NBA en competición oficial.
Anteriormente, un combinado soviético había derrotado a los Atlanta Hawks en una gira que hicieron por el país y que se mantiene como uno de los grandes secretos no confesables en público por la propia liga americana.
Volviendo con Kukoc, una vez que lo ganó todo en Europa, dio el salto a la NBA, donde cogío muchísima masa muscular, lo cual cortó de raíz su velocidad, y perdió protagonismo en ataque, especialmente al volver Michael Jordan, quedando como especialista ofensivo, eso sí, de primer nivel. La desidia acabó con su genialidad, aunque siempre sigue dejando destellos de su grandeza, y precisamente eso es lo que le diferenció de Petrovic: la actitud. Sin embargo, siempre nos quedará el recuerdo de sus años estelares en la Jugoplastika, donde fue la estrella más fulgurante de un equipo plagado de ellas, siempre al servicio de un grupo, repartiendo asistencias y anotando sólo cuando era necesario.
Un dato: pasarán los años, se batirán récords, se superarán marcas. Pero dentro de 100 años es posible que el único jugador que tenga tres títulos europeos y tres títulos NBA siga siendo Toni Kukoc. Será una marca difícil de igualar.
La temible Jugoplastika de Split
Todo empezó en Munich, en 1989. La Jugoplastika había llegado a la Final Four como el gran tapado. Todo el mundo apostaba por el poderoso Barcelona de Epi, Sibilio, Norris o Solozábal o por el dos veces subcampeón en los dos años anteriores: el Maccabi de Tel Aviv, que contaba con la mejor pareja de americanos del momento, Kevin Magee y Ken Barlow. Su juego en la primera fase había sido irregular, pero ahí estaban, un equipo de cantera, con unos chavales llamados Kukoc y Radja dispuestos a comerse el mundo y con jugadores como Perasovic, Ivanovic, Sretenovic, Sobin o un jovencísimo Tabak.
Todos ellos dirigidos por un hombre, Bozidar Maljkovic, desconocido en el ámbito europeo. Nadie contaba con ellos, pero en la primera semifinal dieron la gran campanada, eliminando al favorito, el Barcelona. Kukoc se fue hasta los 24 puntos y 4 triples, bien complementado por Ivanovic, siempre en su papel de anotador incansable, 21 puntos, y Radja, con 18 puntos.
El pívot croata aportaba calidad a la vez que solidez cerca de canasta, haciendo de su media vuelta su tiro característico y siendo la referencia interior de estos chavales que parecían salidos de la nada para sorprender al mundo. Al final 87-77, sin pasar verdaderos problemas en todo el partido.
En la final les esperaba el Maccabi de Dorom Jamchi, el eterno perdedor del baloncesto israelí. esta vez fue el mejor con 25 puntos, pero se escondió cuando su equipo más lo necesitaba. Por su parte Kukoc, con 4 triples y 0/5 tiros libres, y sobre todo Radja, sublime con 20 puntos y dejando a Magee en la mitad, fusilaron al conjunto macabeo, condenado a perder su tercera final consecutiva.
Un año después la Final Four era en Zaragoza, con el mejor Barcelona de la historia hasta el momento, el de 1990, con David Wood dando una nueva dimensión a este Barça. De nuevo sin partir como favoritos y de nuevo sorprendiendo al planeta FIBA, ya que el equipo blaugrana había sometido al Aris de Gallis, Yannakis y Jones por casi 30 puntos. La final empezó con ventaja del equipo croata, culminada al descanso con un triple del ilustre Velimir Perasovic desde medio campo (35-40).
Posteriormente, la cosa se puso muy favorable al Barça: Radja eliminado por faltas y partido igualado. Un fallo de Norris en un mate fue el cénit del equipo de Aíto, mientras los de Maljkovic se rendían a las excelencias de Kukoc. Una jugada habla por sí sola: con el partido en lo más caliente, Kukoc entra a canasta y recibe un tapón tremendo de Norris.
La grada rugía como nunca, pero no había problema, ya que el croata recogió el rebote ofensivo y acto seguido, ante el estupor de todos, clavó un triple. Todo ello, unido a la buena actuación de Perasovic en el tramo final y la serenidad de Ivanovic y Sretenovic, hicieron que la imagen se repitiese. Kukoc botando el balón, roto de alegría en pleno éxtasis, botando y alzando su brazo derecho mientras el tiempo expiraba.
Y es que este equipo era de otra galaxia. Su solidez era a prueba de bomba. Una vez que tomaban una ventaja cómoda en el marcador, sabían negociarla de tal forma que parecían invencibles. Si no era una genialidad de Kukoc, era un balón interior a Radja, o un tiro con el jugador encima de Ivanovic, o un balón doblado a Perasovic, o un movimiento en el poste del astuto Zoran Savic. Además, eran competitivos, más que ningún otro equipo. Los entrenamientos eran todos con el cuchillo entre los dientes, motivados por la ética de trabajo de Majlkovic, bien descrita en esta web por el propio Perasovic. La mezcla de talento sin límites, determinación y competitividad hicieron de este equipo el mejor de todos los tiempos.
En 1991 vino el más difícil todavía. Radja se había ido a Italia con un contrato que asustaba. Ivanovic se había ido a castigar con su tiro a media ACB en el Girona, y habían llegado Avy Lester, un americano de los de muy bajo presupuesto, y Aramis Naglic, que daría un buen rendimiento en general. Eso sí, quedaba Kukoc. Y la final de repetía, esta vez con Bozidar Maljkovic en el banquillo contrario: el del Barcelona. No hubo nada que hacer, porque Pavlicevic mató el partido con una zona mientras Kukoc estaba en el banquillo, a la vez que Lester tenía su momento de gloria, siendo clave, con 11 puntos, en el triunfo de los de Split, 70-65.
Por encima de todos, brilló Zoran Savic, en el que ha sido el mejor partido de su dilatada carrera. Dominó cómo y cuando quiso a Norris y Ortiz y acabó con 27 puntos, siendo proclamado MVP. París había visto el fin de una era, tres títulos consecutivos de un equipo hecho de la nada, a base de cantera y buen hacer.
Posteriormente, Kukoc se iría a Treviso para acabar en Chicago, Perasovic aguantó un año más tirándose hasta las zapatillas para acabar en España y ganarse el reconocimiento de todos. Tabak marchó para la NBA, Naumoski, que prácticamente no jugaba, hizo historia en el baloncesto turco, elevándolo al máximo nivel y formando parte fundamental del Efes Pilsen campeón de la Korac del 96 junto a Ufuk Sarica, Mirsad Turkcan o el malogrado Conrad McRae.
Y es que en este equipo, hasta el jugador número 12 tenía calidad para ser una estrella.
El Partizán de Fuenlabrada
En 1992, los equipos yugoslavos tuvieron que emigrar para jugar sus partidos de casa. Así las cosas, el Slobodna Dalmacija, antigua Jugoplastika, eligió La Coruña, la Cibona eligió Puerto Real y el Partizán de Belgrado decidió ubicarse al Sur de Madrid: Fuenlabrada, una ciudad de nula tradición baloncestística, fue la elegida.
El equipo fue acogido como si fuese de casa. Poco a poco, las buenas actuaciones de Djordjevic y Danilovic corrieron la voz en toda la población: había un equipo de basket en la ciudad, estaba jugando la Euroliga y ponían el alma en todo lo que hacían. Para mediados de la fase regular, el clamor era generalizado y el Partizán llenaba el Pabellón Fernando Martín día sí, día también.
La paradoja vino cuando tuvieron que enfrentarse a equipos nacionales, ya que Joventut y Estudiantes debían enfrentarse al equipo "de la ciudad".
Sorprendentemente, la afición fuenlabreña estuvo en ambos partidos con el Partizán a muerte, ignorando nacionalismos y levantando alguna que otra crítica. Especialmente chocante fue el partido contra el Joventut, con triunfo de 1 para el Partizán con dos tiros libres de Zoran Stevanovic, y en el que la presión ambiental (!!!!) fue un factor determinante para el triunfo de los de Zeljko Obradovic. Zeljko estaba entonces en su primera experiencia como entrenador, asesorado en la sombra por el legendario Alexander Nikolic.
El Partizán llegó contra todo pronóstico a la Final Four del 92, primero derrotando en cuartos a la Virtus de Bolonia, siempre de la mano de Djordjevic, Danilovic y, en menor medida, Slavisa Koprivica, Ivo Nakic y Zoran Stevanovic. En esa serie, el dúo Djordjevic-Danilovic pudieron con Coldebella y Jurij Zdovc.
Ya en la Final Four de Estambul, con dos equipos españoles como el Joventut y el Estudiantes dando una lección inolvidable de fair play y deportividad de esas que quedan para siempre en la memoria, el Partizán sacó lo mejor de sí mismo.
Primero, ante la Philips de Milán, en una segunda parte soberbia de Danilovic y Djordjevic ante un Philips en el que sólo sus americanos, Dawkins y Rogers, dieron la cara. Posteriormente, ante el Joventut. La historia es bien conocida: un grandísimo partido de Sasha Danilovic, respondido de forma admirable por Tomás Jofresa, quien anota la que parece canasta del triunfo de la Penya (globalmente, el mejor equipo de Europa en esa temporada) en un tiro a 3 metros con rectificado. El Joventut ganaba de dos.
Todo parecía acabado, pero Djordjevic pidió la pelota, cruzó el campo por la parte derecha con la única idea en mente de finiquitar el partido, parándose en la línea de tres puntos con los dos pies mirando hacia la línea de fondo, arquenado el cuerpo a la vez que se equilibraba en el aire para lanzar el triple que entró como un obús en la canasta de la Penya. Hubo un tiro más de Harold Pressley, de medio campo y precipitado. No entró. Ha pasado el tiempo y aún tengo que escuchar que el triple de Djordjevic fue un churro.
Personalmente, nunca he visto a nadie con más intención de meter un triple y con más determinación para hacer un buen tiro que Djordjevic en esa jugada. Y el Partizán ganó de uno, 71-70.
Ni que decir tiene que en Fuenlabrada los aficionados salieron a la calle para festejar el título. "Su" equipo había ganado la Copa de Europa. Y a partir de ahí, el "daño" ya estaba hecho.
Fuenlabrada tuvo su equipo en la división de plata del basket español (primero EBA, después LEB) y de la mano de Perasovic, protagonista también en este artículo, subió a la ACB y siguen dando guerra. Todo esto no hubiese pasado de no ser porque el Partizán decidió desembarcar allí, en una extraña comunión entre afición sin equipo y equipo condenado a jugar fuera de su país. Mirando hacia atrás, el ambiente infernal contra Estudiantes y Joventut tuvo una consecuencia más que positiva: se ganó un equipo ACB con una afición entregada.
La guerra en los Balcanes hizo que el baloncesto en Yugoslavia no fuese lo mismo, ya que comenzó el éxodo de sus talentos a países como Grecia y Turquía, donde podrían hacer más dinero si se beneficiaban de las leyes de nacionalización. Sin embargo, la selección yugoslava siguió dando que hablar. De ello hablaremos en nuestro capítulo final.
Javier Gancedo ACB.COM
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